viernes, 26 de septiembre de 2008

Esos libros que se leen sólo con una mano, Jean-Marie Goulemont


Esos libros que se leen sólo con una mano, Jean-Marie Goulemont, R&B Editores, España, 1996, Col. Sexto Sentido.

Poquísimos son los títulos que se dedican al estudio del libro erótico como fenómeno más o menos evidente y reflejante de la sociedad en que este se produce. Tal es el caso de esta obra del estudioso francés miembro de la Universidad de Tours. Si bien la literatura europea produce obras eróticas desde la época griega y romana, es el siglo XVIII, sobre todo en Francia donde esta producción se verá prominente y enriquecida por la pluma de los mejores escritores del momento: Voltaire, Diderot, Sade, Restif de la Bretonne, Mirabeau, Nerciat, Marqués D´Argens; quienes darían la forma de lo mejor de la literatura erótica. Con minuciosa pluma Jean-Marie Goulemot recorre todo este siglo y desenmascara los caminos ocultos que a menudo estos libros debieron seguir, pues como bien recuerda este autor, estas obras eran denominados libros de segunda fila, pues estaban colocados atrás de los libros dignos de estar a primera mano. Hay que recalcar que en este siglo y aún después estos libros eran tan prohibidos como los textos anticlericales, científicos y políticos. El título lo retoma de una frase de Rousseau “esos libros que se leen sólo con una mano”, con gran ejercicio de lenguaje. Podremos encontrar en este volumen información y citas de las mejores obras eróticas del siglo XVIII incluida la catalogación que con gran humor hace Goulemot de los títulos, los cuales divide en las siguientes categorías:

Títulos canónicos:
Diablo engañado por las mujeres, F. N. Henry
Mi conversión (El libertino de calidad o confidencias de un prisionero en el castillo de Vincennes escritas por él mismo), Mirabeau, 1783
Monumentos privados de la vida privada de los doce Césares según una serie de piedras grabadas bajo su reino. 1680

Títulos con humor:
Masturbador Real, 1789
Las jodiendas cantarinas o los entretenimientos priápicos, 1792
Los trabajos de Hércules o la jodienda rocambolesca, 1790


Títulos garantizadores:
Historia de don Bribón, portero de los cartujos
Historia de Margueritte, hija de Suzon, sobrina de don Bribón, 1784
Memorias de Suzon, Hermana de don Bribón contadas por ella misma, 1778
Justine o los infortunios de la virtud, 1791
Juliette o la prosperidad del vicio, 1797
Anti-Justine o las delicias del amor, 1798

Títulos de arqueología clásica:
Las ofrendas a Príapo, 1794
Venus en el claustro o la monja en camisa, 1746
Erótica Biblion, 1783
Las afroditas o fragmentos talipriápicos para contribuir a la historia del placer, 1793

viernes, 19 de septiembre de 2008

Speculum al Joder, Anónimo


Speculum al Joder, Anónimo. José J. de Olañeta Editor, Palma de Mallorca, España, 3ª. Edición, 2000. Col. Medievalia

Mientras el mundo del Oriente Medio tiene una larga tradición de obras eróticas y amorosas como Las mil y una noches o el jardín perfumado de Omar Ibn Muhammed Al- Nefzawi mejor conocido como el Jeque Nefzawi; la presencia árabe en España parecía haber transcurrido sin huella visible en este ejercicio literario. Todo parece indicar que la diferencia religiosa fue el más efectivo filtro para toda obra que tuviera el cuerpo como eje temático, sin importar que ésta fuera un tratado médico o una obra literaria. Entre los historiadores de occidente es unánime considerar como el único tratado amoroso de occidente el texto De coito de Arnau de Vilanova, más próximo a la metodología de Galeno e Hipócrates pero que deja entrever la misma soltura de pensamiento de los escritos árabes. Sin embargo la labor de estudiosos del siglo XX han devuelto a la luz manuscritos hispanoárabes que elaboran toda una cosmovisión poética y médica de la sexualidad. Este es el caso del texto cuyo título en el texto propiedad de la Biblioteca Nacional de Madrid es Speculum al foder, probablemente de fines del siglo XIV o principios del XV. Se puede dividir en tres partes: primera consejos terapéuticos e higiénicos para los hombres, segunda comportamiento de la mujer ante el amor y cánones de belleza y por último la descripción de una veintena de posiciones para el acto sexual. Aunque casi desconocido en México es una lectura profusa en interpretaciones e intensidades.

“En cuanto a la nobleza y a la belleza de las mujeres, se trata que tengan cuatro cosas muy negras: el pelo, las cejas, las pestañas y los ojos; cuatro cosas muy coloradas: las mejillas, la lengua, las encías y los labios; cuatro muy blancas: el rostro, los dientes, el blanco de los ojos y las piernas; cuatro muy estrechas: los orificios de la nariz y de lo oídos, la boca, los pechos y los pies; cuatro muy delgadas: las cejas, la nariz, los labios y las costillas; cuatro muy grandes: la frente, los ojos, los pechos y las nalgas; cuatro muy redondas: la cabeza, el cuello, los brazos y las piernas; y cuatro muy perfumadas: la boca, la nariz, las axilas y el coño.”


“Aquellos que hallan mucho gusto en el joder deben tomar mucha comida, vino, reposo, baños y buenos olores, como almizcle y sus semblantes, que es muy bueno para el corazón y el hígado. Si a éstos les sobreviene algún daño por joder, es por la complexión de sus miembros, que aunque sea débil, es caliente. Les socorres pues, con las viandas y medicinas más templadas, como trifera mayor y la medicina que se hace con la lengua del buey y compuesta con cilantro seco, achicoria dulce, incienso, “absticon” y cáscaras de alfóncigo; y usen emplastos de sándalos, de rosas, de membrillos, de manzanas y de mirto, con vino y con sus parecidos.”

lunes, 15 de septiembre de 2008

Reflexiones sobre la muerte de Mishima, Henry Miller


Reflexiones sobre la muerte de Mishima, Henry Miller. AUEM, México, 5ª. Edición, 1999. Col. La abeja en la colmena.

Uno de los acontecimientos más impactantes de la historia literaria del Japón del siglo XX, sin duda fue el suicidio del escritor Yukio Mishima en 1970, mismo que sólo dos años antes había sido considerado entre los posibles ganadores del premio Nobel de literatura y del cual su compatriota y electo ganador Yasunari Kawabata se refería a él diciendo: “No entiendo por qué me dieron a mí el Nobel y no a Mishima; un genio de la literatura como él aparece en la humanidad cada dos o tres siglos”. Mishima alcanza renombre en todo Japón con la publicación de su novela Confesiones de una Máscara en 1949, a la edad de 24 años, de la cual se jacta de ser un texto autobiográfico. En ella cuenta con precisión y con gran control narrativo el despertar sexual de un adolescente y su inclinación inevitablemente homosexual. Sus héroes se manifiestan en la figura de Juana de Arco (mientras no sabe que se trata de una mujer) y la poderosa erótica atracción por los cuadros del martirio de San Sebastián. La obra literaria de Mishima sobrepasa los cien volúmenes y abarca la novela, el cuento, la poesía y el teatro, este último lograría una renovación y alcances enormes gracias a su pluma. A esta portentosa actividad y su final trágico, Henry Miller, uno de los diez escritores más influyentes para la visión contemporánea de la sexualidad y la libertad, a unos meses del acontecimiento redacta una serie de reflexiones acerca de la muerte y la obra de Mishima, mismas que son un importantísimo aporte para acercarnos al pensamiento de este monumento de la cultura del siglo XX. Miller con gran lucidez se encuentra que los temas recurrentes en la obra de Mishima son la juventud, la belleza y la muerte. No en vano la mañana de su suicidio escribió una nota que dejó en su casa la cual decía: “La vida huma es limitada. Yo quiero vivir eternamente”. Al menos su literatura lo ha logrado.

“El amor de Mishima por la jovialidad, la belleza, igual que por la muerte, parece pertenecer a una categoría especial. Este no tiene relación alguna con la clase de amor que he descrito pero, siendo el suyo un amor exagerado, es completamente extraordinario; tiene un tinte de narcisismo. Al abrir cualquiera de sus libros se percibe la configuración de su vida y su inevitable fatalidad. Mishima repite los tres motivos de su obra: juventud, belleza y muerte, una y otra vez, como si fuera un músico. Nos trasmite su sentimiento de ser un exiliado aquí mismo. Obsesionado por el amor a las cosas espirituales, las cosas perdurables, ¿qué otra alternativa tenía sino ser un exiliado entre nosotros?”

martes, 9 de septiembre de 2008

El Cuento Erótico en México, Recopilación de Enrique Jaramillo Levi


El Cuento Erótico en México, Recopilación de Enrique Jaramillo Levi, Editorial Diana, México, 1ª. Edición 1975, 429 pag.

En la década de los sesenta se publicó en la Editorial Orientación la Antología de la Poesía Erótica recopilada por Gustavo Sainz y Miguel Donoso, que incluía textos misceláneos entre prosa y poesía. Libro histórico al ser el primero que intenta reunir en un solo volumen obras o fragmentos de obras donde la expresión amorosa es la protagonista. Aunque el libro incluye textos de diferentes países y lenguas, la preponderancia cae sobre las obras escritas en lengua española. Años después el escritor panameño Enrique Jaramillo Levi publicaría dos antologías monumentales: El Cuento Erótico en México y La Poesía Erótica en México, este último en dos volúmenes. Sin estas obras sería imposible acercarse a la producción erótica breve en nuestro país, por lo demás una cultura de excesivo pudor y escasa liviandad. En la década de los setentas entra en auge el tema erótico gracias a la masiva publicación de clásicos de este género: Henry Miller, Georges Bataille, Pierre Klossowski, Marqués de Sade, Yukio Mishima; además de la aparición de la colección de Tusquets Editores, La Sonrisa Vertical, en España; y la colección Los Brazos de Lucas de la Editorial Premia, en México, concretamente en Puebla. Entre esta efervescencia México acepta estas obras. Prueba de ello es la aparición de nombres célebres ofreciendo obras de diferentes manufacturas e intensidades: Juan Rulfo, José Revueltas, Juan José Arreola, Edmundo Valadés, Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, Amparo Dávila; y los para entonces jóvenes talentos: René Avilés Fabila, José Agustín, Gustavo Sainz, Juan Tovar, Jorge Arturo Ojeda, Héctor Manjarrez, Angeles Mastretta, Alberto Dallal. Todos ellos buscan en el tema erótico un sitio de expresión y lo apropian, le dan su sello de autoridad. La literatura mexicana busca desbordar la piel y las emociones, ofrecerse al otro y quedarse en él. Felices instantes cuando los escritores mexicanos hablaban del amor como Dios manda, o mejor, como dice Mario Benedetti, como Dios Sugiere.

“Epitalamio (Juan José Arreola)

La amada y el amado dejaron la habitación hecha un asco, toda llena de residuos amorosos. Adornos y pétalos marchitos, restos de vino y esencias derramadas. Sobre el lecho revuelto, encima de la profunda alteración de las almohadas, como una nube de moscas flotan palabras más densas y cargadas que el áloe y el incienso. El aire está lleno de te adoro y de paloma mía.

Mientras aseo y pongo en orden la alcoba, la brisa matinal orea con su lengua ligera pesadas masas de caramelo. Sin darme cuenta he puesto el pie sobre la rosa en botón que ella llevaba entre sus pechos. Doncella melindrosa, me parece que la oigo cómo pide mimos y caricias, desfalleciente de amor. Pero ya vendrán otros días en que quedará sola en el nido, mientras su amado va a buscar la novedad de otros aleros.

Lo conozco. Me asaltó no hace mucho en el bosque, y sin hacer frases ni rodeos me arrojó al suelo y me hizo suya. Como un leñador divertido que pasa cantando una canción obscena y siega de un tajo el tallo de la joven palmera.

Pág.43”

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Solitario de Amor, Cristina Peri Rossi



Solitario de Amor, Cristina Peri Rossi, Grijalbo/Conaculta, Colección Fin de Siglo, México, 1990. 1ª. edición

Uno de los logros expresivos más sólidos en la amplia obra de Cristina Peri Rossi es sin lugar a dudas Solitario de Amor. Novela que en espiral recorre los matices que dan sustento a la pasión erótica. El permanente soliloquio del enamorado, ensimismado en las emociones y sus descubrimientos. Aída es la idealización del objeto amoroso y a un tiempo la negación de ese ideal. A semejanza de las heroínas de las novelas de Sacher-Masoch, Aída es una mujer que controla el rumbo y destino final de la experiencia erótica. Muestra una sutil, casi dolorosa negativa a volverse el sueño de alguien, opta sin embargo por ser ella quien devela, matiza, inventa y reinventa la realidad de la carne. Posesiona y da sello de propiedad el cuerpo que desea. El cuerpo femenino es el máximo protagonista. Visto con los ojos del sueño, la humedad, el corazón, el pecado, la metáfora, el cuerpo se vuelve un calidoscopio infinito. Asistimos a la confesión, al asedio, al anhelo de un innominado narrador que busca rastrear las perfumadas tarjetas que la hembra va dejando por los laberintos de la memoria y el deseo. Rastros que sólo sugieren, pero que nunca escapan de la voluntad de Aída, nunca van más allá de lo que la pasión le permite. Una atípica pareja: ella condicionante, el condicionado; donde los roles se invierten, ella domina, exige, controla, mientras él recibe, se conforma, suplica. El mismo narrador lo encierra en una frase: “Aída y yo: diversos y semejantes como quien se mira en un espejo”


“Mojo tus pezones con mis dedos húmedos de leche. Sobre las dos hélices rosadas, grandes, auroleadas, el líquido blanco se derrama, cuelga, como la gota de miel en el higo morado, maduro. Abro la boca como un pez asfixiado. Mis dedos giran en torno a tus pezones, que se hinchan y endurecen, piedras paleolíticas. Abro la boca como un condenado a punto de morir. Tú me miras hacer con extrañeza, como se mira a un hijo que balbucea incomprensiblemente. Tú me miras con condescendencia, pobre loco que no llegó a crecer, pobre huérfano, pobre desamorado, destetado, pobre hombre sin pezón, sin leche, sin maternidad. Al fin, con infinita ternura, tomas mi cabeza entre tus manos (tengo el pelo mojado, los dedos mojados, las mejillas húmedas, los labios inflamados), la colocas suavemente entre tus pechos, te llevas una mano al seno, lo recoges entre tus dedos, inclinas el pezón sobre mi boca, yo gimo como un recién parido, como un cachorro hambriento y me das de mamar.” Pág. 41