lunes, 2 de enero de 2012

Relatos Eróticos Indígenas, Betty Mindlin


Relatos Eróticos Indígenas, Betty Mindlin. El Aleph, 2005, Col. Modernos y Clásicos El Aleph.

En esto de las lecturas eróticas sucede que en algún momento se puede perder la capacidad de asombro. Ves desfilar con pocas variantes en realidad, las mismas escenas y las mismas actividades. Hasta te cuestionas si acaso la capacidad imaginativa de los amantes es de verdad limitada a cierto número de acciones y recepciones. Sin embargo este libro en especial me ha dejado revaluando el asunto. Mucho más cercano al estudio antropológico como los libros de Mircea Eliade, o los deslumbrantes textos de Claude Lévi Strauss, estos relatos procedentes de la amazonia brasileña, en realidad nos dejan la sensasión de venir de los orígenes mismos de la cultura, de la civilización, donde la sexualidad forma parte del conocimiento de la naturaleza, de la magia, de la noche. Cada relato nos presenta una carga enorme de simbolismo esóterico, de ingenuidad y credibilidad en la influencia de los elementos míticos en la vida de los hombres. Está presente la bestialidad, la zoofilia, la necrofilia, cada una de las variantes que envuelven la sexualidad. Lo mismo podemos ver transformaciones fantásticas, seres de tres falos, cópulas con árboles o con los pies de la amada, que relatos de una castidad casi rayando en lo ingenuo. Nos explican o nos sugieren que el amor carnal es un don divino que viene de un inexplicable instante de fortuna y misterio. Para quien ha perdido el asombro este libro es una joya auténtica. Lectura que me hace recordar las Mil y Una Noches o los Cuentos Prohibidos de Alexander N. Afanásiev, quien se encargara de recopilar este tipo de relatos de la tradición oral rusa. Aún quedan caminos por recorrer.

"Un día encontró un árbol, un pau-amago (komabo en nuestra lengua) que tenía una hendidura completamente cubierta de hongos orejas de palo. Parecía un chichi, un coño. La madera del pau-amago es muy dura, se cae la corteza y queda el hueco, protegido por la capa mullida y suave de las orejas de palo. El muchacho pensó que el árbol tenía el aspecto de una mujer -¿no es cierto que la oreja de palo es idéntica a un chocho?- y se alivió utilizando la hendidura de la madera, rozando el pene contra las orejas de palo. Dentro del árbol había más orejas de palo, lo que hacía aumentar su placer.

Para el cazador gafe, el árbol se fue convirtiendo en un ser humano. Pasaba horas con él, deshaciéndose en caricias y remilgos, susurrándole palabras tiernas, como si fuera realmente una mujer."