viernes, 14 de marzo de 2008

La Romana, Alberto Moravia


La Romana, Alberto Moravia, Editorial Arcos, México, 1951.


Uno de los más importantes escritores italianos del siglo XX y quizá el más prolífico de todos. Su obra abarca cerca del centenar de volúmenes y el algún momento fue considerado como posible merecedor del premio Nobel de literatura. Incluido en el índice de escritores prohibidos por el vaticano, su obra recibió el aplauso unánime de la crítica. Aunque su precoz talento lo lleva a publicar muy joven su primera novela, los indiferentes, sería hasta 1944 con la publicación de la novela Agostino que llevaría a su literatura el tema de la sexualidad y con ello lo principal de toda su narrativa: la alineación, el existencialismo y la burguesía como objeto crítico. La fama habría de llegarle tras la publicación de la novela La Romana, la más traducida de sus obras, y tras ella toda una serie de libros encaminados a descubrir el mundo sexual de las clases burguesas italianas, novelas como El amor conyugal, Dos (una novela fálica), La Vida interior, El hombre que mira, El viaje a Roma, etc., son ejemplo de la recurrente expresión estética que Alberto lograría al transcurrir de los años. La Romana, es la historia de una prostituta originaria de Roma que se ve envuelta en el ambiente de la prostitución y el permanente desinterés del mundo que la rodea. Decidido expositor de la hipocresía de la sociedad contemporánea, Moravia nos conmueve y asombra por la cruda facilidad con que, de forma magistral, logra exponer las expresiones más viles y chocantes en manos de personajes siempre bien definidos, con destinos trágicos, sorprendentes, donde el individuo es expuesto hasta las mismas entrañas. La presente edición es la primera mexicana de 1951, idéntica traducción presenta la versión reciente de editorial Lumen. Moravia siempre será un referente para los lectores de la erótica del siglo XX.


"Mi madre decía que parecía una Virgen. Yo me di cuenta que me parecía a una actriz de cine por entonces en boga, y comencé a peinarme como ella. Mi madre decía que si mi cara era hermosa, cien veces más hermoso era mi cuerpo; un cuerpo como el mío, decía, no se encontraba en toda Roma. Entonces no me preocupaba de mi cuerpo, me parecía que la belleza estaba toda en la cara, pero hoy puedo decir que mi madre tenía razón. Tenía las piernas derechas y fuertes, los flancos redondos, la espalda larga, estrecha la cintura y ancha en los hombros. Tenía el vientre como lo he tenido siempre, un poco grande, con el ombligo que casi no se veía, tan hundido estaba en la carne; pero mi madre decía que esta era una belleza más, porque el vientre debe ser prominente y no liso como hoy se usa. También el pecho lo tenía robusto, pero firme y alto, manteniéndose erguido sin necesidad de sostén; y también de mi pecho, cuando me lamentaba de que fuese demasiado grande, mi madre decía que era una verdadera hermosura y que el pecho de las mujeres, hoy en día, no valía nada."

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